viernes, 2 de septiembre de 2011

El mandato de oro

Cuando le preguntan a Jesús que cuál es el mayor de los mandamientos el responde:


Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el principal y primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Mt 22,37-39



Quien decide ser discípulo de Jesús asume estos mandamientos, pero conforme pasa el tiempo, cumplirlos se hace cada dia más difícil  porque se asumen como un  mero compromiso que causa fatiga, desanimo y deserción. Si se pudiera hablar de un mandato cero, yo diría que previo al prímer mandamiento  existe el mandamiento cero que consiste en DEJARSE AMAR POR DIOS.  Es claro que si no nos acercamos a la fuente del amor, si no nos llenamos de su amor, si nuestro corazon no experimenta ese desbordamiento de amor, simplemente no podrá cumplir el primer mandamiento, o sea, no podrá amar a Dios. Amar a Dios se convertirá en una pesada carga. Y amar al prójimo será una carga doblemente pesada. La persona  ama en la medida que el amor lo desborda, ama correspondiendo al amor que el amado le ofrece como gracia. Cuando se esta lleno de amor se derrocha amor.
 
Lo más importante  es que tenemos la fuente del amor tan al alcance que lo menospreciamos, se nos hace tan insignificante que no lo aprovechamos. La fuente del amor está Jesús Eucaristía, sea en la celebración de la Misa, sea en el Sagrario como Presencia.¡Quién podra despreciar esos momentos tan llenos de amor y de paz que se viven en la visita constante al Santisimo Sacramento! o ¡Quién podra negar que Dios está presente en la lectura meditada de la Palabra de Dios y qué decir de lo sentimos después de una buena confesión. Estos son momentos de intimidad en los cuales El nos llena de su amor para hacernos capaces de amarlo y de amar a los demás. Estos no serán los úncos momentos pero son los más privilegiados.
 
Dejandonos amar por ti te amaremos más, Señor.



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